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domingo, 12 de febrero de 2012

“Os ruego disculpas por el exceso de reflexiones que os estoy enviando, pero los tiempos claman y reclaman que meditemos más que nunca para irnos preparando para responder a una realidad cada vez menos atractiva, si queremos sobrevivir”


EN DEMOCRACIA LA JUSTICIA NO ES INDEPENDIENTE

Por Isidoro Gracia Plaza
Exdiputado

En una de las reflexiones, que firmé en 2008, me preguntaba: ¿DONDE SE DICE QUE LA JUSTICIA ES INDEPENDIENTE? La respuesta era y sigue siendo: Desde luego en la Constitución Española de 1978 no, lo que dice es: “La Justicia emana del pueblo y se administra en nombre del Rey”. Así pues la Justicia es absolutamente dependiente de un sujeto llamado Pueblo, que aprueba sus normas de convivencia mediante el Parlamento por mayorías democráticas. Mucho menos lo son los jueces, cuyo único y muy importante papel es aplicar el texto literal de las leyes, aún cuando sea práctica relativamente frecuente que algunas interpretaciones entren en contradicción evidente con la letra de la ley y el espíritu con que se aprobó. Así pues el juez es absolutamente dependiente del texto de la Ley y su ideología no puede, no debe, ser factor de interpretación.
Mucho menos lo dice Montesquieu, a quien todo el mundo cita, en especial los jueces, en defensa de sus posiciones,  como padre de la idea de la separación de poderes, él también sostenía algunas otras ideas que completaban su exposición y que son ignoradas por quienes reclaman una independencia  en unos términos que el filósofo y jurista jamás propuso. Siendo consciente que quien dispone de poder tiende a ampliarlo con inclinación a abusar de él, lo que proponía era que concretamente este poder no fuera ejercido por nadie de forma permanente ya que “así el poder de juzgar, tan terrible en manos del hombre, no estará sujeto a una clase determinada, ni quedara exclusivamente en manos de una profesión”. Así pues el mismo filósofo y jurista, y otros que forjaron las bases de las democracias modernas,  establecían que el origen de todo poder es el pueblo, sujeto a quien todos los poderes están supeditados y más eran radicalmente contrarios a alguna de las prácticas de quienes hoy reclaman su amparo, ya que es claro y evidente que la administración de la Justicia ha quedado en exclusiva en manos de una profesión.
También establecía algunas reglas básicas entre las que se encuentra una que hoy es muy pertinente: “No hay libertad si un poder del Estado se le encomienda a una única fuerza social o a un único órgano estatal”.
El obligado paso periódico por urnas del Parlamento y del Gobierno hace que los ciudadanos dispongamos de mecanismos que nos permiten apartar del ejercicio del Poder a quien no está de acuerdo con lo que la voluntad de la mayoría demanda, pero esa voluntad mayoritaria no encuentra vías para controlar la Judicatura, que encuentra mecanismos para perpetuarse en manos de una clase y una profesión determinada y los hechos demuestran que tendentes a ideas no muy democráticas.
Hoy, si un tribunal, formado por Montesquieu, Rosseau y el empirista Locke, pasara examen a la Democracia española (y a otras muchas), la nota sería: necesita mejorar.


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