Por Pedro Taracena
El animal se distancia del
hombre por el camino recorrido con su razón. Cuanto más se aleja de la bestia
más se acerca al humano. A la augusta, aristocrática y liberal dama, la lideresa Aguirre, algunos admiradores
vienen reclamando para ella, la denominación de origen de animal político. Motivado por su genuina y primitiva vocación
pública. No obstante, nada tiene que ver con la expresión aristotélica de
definir al hombre como un animal político. Aristóteles mantenía que los dioses
y los animales vivían aislados. Sin embargo, el hombre con ser un animal aunque
racional, la fuerza natural hacia la procreación y la conservación, se
inclinaba a vivir unidos en la polis (ciudad). De ahí que el hombre fuera
considerado por el filósofo como un animal social zoon politikon.
Pero no renuncio a utilizar
con propiedad estos dos vocablos aunque sean peyorativos, animal y político.
Esta excelsa señora de modales burdos y arrabaleros, tuvo su alta cuna pero cayó
a su baja cama (apenas llega al fin de mes), con sus máximos esfuerzos y sin
que nadie le ayude. Sus primitivas formas a la hora de abordar su idea de lo
público, le acerca al animal que todos llevados dentro, unos más que otros, y
se mueve como pez en el gua en el imperio de la ley de la selva, la ley del más
fuerte; viviendo sin pudor su gran incoherencia. La vida pública es transitoria
pero no para ella, que nació noble y llamada a consumar su vocación de caudilla de un estado sin Estado. Esta
jungla animalesca se inspira de forma torticera en el lema de los liberales franceses: laissez faire, laissez passer. Dejar
hacer, dejar pasar, las cosas transcurren por sí solas. Que el dinero de los
impuestos esté en el bolsillo de los ciudadanos. Que cada cual se pague los
servicios que pueda: la educación, la salud y la dependencia. El imperio de la
propiedad privada sin límites. Mínimos impuestos, que el Estado se convierta en
una gran empresa, en un gran negocio. Y todos los políticos que pertenezcan a
su clan ideológico, se conviertan en asesores y responsables de todas las
empresas privatizadas.
Tiene la astucia de la
serpiente y la cautela de la zorra para esquivar los peligros políticos que le
acechan. Pero su ambición sólo tiene una meta, llegar a ser investida
Presidente del Gobierno de España, donde por primera vez la lideresa y
caudilla, escribiría el nombre de su cargo en femenino. El rastro que ha dejado
en su trayectoria como animal político, es como poco amoral, y le aleja del
humanismo que emanan la Declaración Universal de los Derechos Humanos del 1948
y la Constitución Española de 1978.
Su puesta en escena de
animal político es provocadora e insultante, allí donde encuentra un micrófono.
Calcula con anticipación su efecto mediático y sobre todo que cause el
perjuicio mayor a su enemigo. Tiene muchos lacayos y secuaces, que siempre le
han hecho el trabajo sucio. Pero solamente tiene una diana a batir clavando sus
dardos: Marino Rajoy. El resto, incluyendo los españoles, carece de
importancia.
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