Por Isidoro Gracia
Exdiputado
Aprovechaba en el jardín el sol de una tarde de mayo,
hojeaba casi al azar algunos libros, de los que sirven para entender los
procesos a los que nos está empujando, de manera inmisericorde, la actual
crisis, y en el capítulo IX del Príncipe de Maquiavelo encontré algo de
sabiduría, de la contrastada por la historia.
“El que consigue la soberanía con auxilios de los
grandes se mantiene con más dificultad que el que la consigue con el del
pueblo, porque se halla cercado de muchas gentes que se tienen por iguales con
él”. Ganar elecciones gracias a la ventaja de aportaciones anónimas,
permite a los donantes, normalmente gentes poderosas, no ser mandadas ni
manejadas a discreción del gobernante.
En el capítulo XIX la recomendación es: El Príncipe debe
evitar ser despreciado y aborrecido, y “Siempre que no se quitan a la
generalidad de los hombres su propiedad ni honor viven ellos como si
estuvieran contentos”. El paralelismo de lo antes expresado con los
desahucios, las participaciones preferentes y la pérdida de la dignidad,
derivada de la exclusión del trabajo que dignifica, salta a la vista sin
necesidad alguna de formación política profunda.
En otras obras, el mismo autor indica a donde llevan algunas
de las situaciones que hoy tienen paralelismo: “Cuando la masa es corrompida en
un Estado, las buenas leyes no sirven ya de nada, a no ser que se confíe su
ejecución a un hombre que pueda tener suficiente fuerza para hacerlas
observar”.
Esa misma tarde noche se entrevistó a Aznar, un personaje
narcisista clínico en palabras que escuché en una emisora a un ilustre
psicólogo.
¿Y si algunos de los que detentan el poder también leen a
los clásicos?
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