Por Rafael Narbona
Cuando de pequeño
escuchaba que “España era una unidad de destino en lo universal”, me preguntaba
si se referían al éxito de Massiel en Eurovisión, cantando el “La, la, la”,
pero después del triunfo de la Roja en la Eurocopa 2012 he comprendido que
España aún sueña con fundar un Imperio Galáctico liderado por un risueño Darth
Vader ataviado con una montera y un capote carmesí. No es una broma. Los que
siguieron la batalla librada contra una Italia debilitada por el “bunga-bunga”
del Lord Sith Berlusconi, pudieron comprobar que un torero animaba a la
selección, recordando al mundo que España siempre será la patria del botijo,
las tonadilleras, el tricornio y el garrote vil.
Odio a este puto país
porque al cruzar los Pirineos la caspa deja de ser un problema de higiene y se
convierte en un signo de identidad nacional. Odio a este puto país porque sus
pueblos aún martirizan a los animales, alegando que taladrar la piel de un toro
con un estoque o lanzar a una cabra desde un campanario es arte y no tortura.
Odio a este puto país porque presume de unos huevos de oro, pese a su cobardía
con las incontables víctimas de la rebelión de los generales en 1936. España es
un gran cementerio bajo la luna, una gigantesca fosa clandestina donde aún se
amontonan los restos de maestros, poetas, obreros, campesinos, socialistas,
anarquistas y comunistas, asesinados por luchar contra terratenientes,
señoritos, banqueros, curas y militares. Nada augura que esos restos hallarán
una digna sepultura o que el espeluznante mausoleo de Cuelgamuros será
dinamitado, corriendo la misma suerte que los edificios y monumentos de la
Alemania nazi y la Italia fascista. Odio a este puto país porque es un Reino y
no una República, con un idiota coronado que extermina elefantes, confraterniza
con dictadores, colecciona Ferraris en mitad de una pavorosa crisis económica y
rivaliza con su tatarabuela Isabel II en promiscuidad, molicie, avaricia,
oportunismo, populismo, estulticia y arribismo.
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