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viernes, 1 de agosto de 2014

LOS CACIQUES


Por Pedro Taracena



JORDI PUJOL


La palabra cacique había caído en desuso desde los tiempos del franquismo, cuando se estrenó la obra de  Los Caciques de Carlos Arniches. Consultando la Real Academia Española, resulta que solamente en la cuarta acepción se atribuye el nombre de cacica a la mujer del cacique. El señor de vasallos en alguna provincia o pueblo de indios en particular. Persona que en una colectividad o grupo en general que ejerce un poder abusivo. O bien personaje que en un pueblo o comarca ejerce excesiva influencia en asuntos políticos, todos ellos, obedecen a este epíteto de alto significado peyorativo. En la actualidad las cacicas brillan con luz propia y no heredan el nombre de su cónyuge. Existen mujeres que han sido acreedoras de este título por méritos propios.


Dentro de lo que venimos denominando La Casta, hay variantes de muy diversa maldad y con argucias y artimañas diversas: Políticos y sindicalistas corruptos. Empresarios en connivencia con cargos públicos. Alcaldes y Presidentes de Comunidad o de Diputación, que han sembrado nuestro país de la indecencia e inmoralidad más perversa. Ellos solos no lo podían haber hecho, han necesitado la complicidad de quienes debían verificar o controlar y no lo han hecho. O también el resto de políticos que han mirado hacia otro lado. Y sobre todo con la perversa complicidad de los ciudadanos que les han votado. Cuando la ideología puede más que la decencia, las acciones criminales han sido validadas por los votos. En estos días se yergue con todo esplendor un gran cacique, hasta ahora molt honrable senyor, que ha resultado ser el patriarca de un clan con tintes mafiosos y de manifiesto nepotismo. Pero no seré yo quien ponga nombre y apellido a los caciques y cacicas que en España han sido.  Ya que la prensa que ha servido y sirve a La Casta, se ha cuidado de no sacar a la luz la estafa cometida contra los ciudadanos. Es verdad que otra prensa sí ha sacado a la luz estos y otros desmanes.  La putrefacción del sistema ha llegado a tal nivel que nadie puede tirar la primera piedra. La dimisión no se conoce y tampoco se la espera. El cinismo y la hipocresía reinan por doquier. ¡Que nadie se inquiete porque son asuntos privados y todo queda en familia!

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