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domingo, 9 de abril de 2017

VÍCTIMAS DE SEGÚN QUIÉN HAYA SIDO EL VERDUGO

Por Pedro Taracena Gil



La Historia de España desde 1936 hasta nuestros días, ha sido contada por los vencedores en tres etapas claramente delimitadas. Es verdad que hasta la denominación dada es divergente en ambos bandos. Guerra Civil, Dictadura y Transición. En los tres periodos han sido los mismos los vencedores y los mismos los venidos.
En principio en la tarde del 17 de julio de 1936, hubo un pronunciamiento militar que dio un Golpe de Estado contra la República. La resistencia ante la traición de algunos militares al orden constitucional, provocó una Guerra Civil, que duró tres años.
Los sublevados llamaron a este cuartelazo, Glorioso Alzamiento Nacional. Y al enfrentamiento fratricida, Cruzada de Liberación Nacional. Es evidente e históricamente probado que el Ejército, el Capital, la Iglesia y los Caciques, fueron los aliados para llevar a cabo los hechos y fueron ellos los que cambiaron sus denominaciones.


Cuando  el general golpista gana la guerra, es exaltado a la Jefatura del Estado con la categoría de Caudillo de España por la Gracia de Dios y Generalísimo de los Ejércitos; Teniendo todos los atributos de un protodiácono de la Iglesia  y las prerrogativas de un prelado eclesiástico. Era recibido por el Deán de la  Catedral y su figura se entronizaba en el templo bajo palio.
En realidad este general golpista lo que hizo es perpetrar un crimen contra la República, provocar una guerra entre españoles y con la victoria impuso una dictadura militar y fascista, continuando con el genocidio planificado antes del 17 de julio de 1936. Fascista porque se erigió en Jefe Nacional de Falange,  versión española del fascismo italiano.

 

Este sanguinario régimen terminó con la muerte del dictador el 20 de noviembre de 1975.
Pero con los escombros de la dictadura y bajo la amenaza y tutela del Ejército y de la Iglesia, los franquistas y los demócratas republicanos, venidos del exilio, de las cárceles y de la clandestinidad, escribieron la Constitución de 1978. Una Ley de Amnistía establecida con anterioridad a la nueva Constitución, propició el milagro de la reconciliación nacional. Se borró el genocidio de las conciencias de los asesinos, salieron de las cárceles los que habían resistido los crímenes de la dictadura y sus verdugos jamás entraron en ellas.
El nuevo régimen surgido en 1978 se le denominó como Transición, con el apelativo de modélica. Pero la modélica transición no trajo la paz al país y tampoco resolvió el problema de los nacionalismos. Surgiendo con virulencia el terrorismo de ETA y como respuesta el terrorismo de Estado de los GAL. Sin duda produciendo víctimas en ambos bandos y en ambos frentes.



Una vez que ETA deja de matar se abre paso la etapa más conflictiva en sus detalles conceptuales de: Abandonar las armas. Entregar las armas. Disolver la banda terrorista. Insertar a los arrepentidos. Aproximar los presos de ETA a Euskadi. Prohibir y condenar la apología del terrorismo. Y sin olvidar que España también ha sido víctima del terrorismo yihadista.
Esta introducción quizás un poco larga y detallada, sirve para establecer los grupos de víctimas de la violencia de todo signo que ha habido en España, en los últimos 80 años. Sin olvidar la violencia de género, los suicidios por desalojos y el acoso escolar. Pero lo más triste y desolador es que ninguna de las iniciativas para restablecer la dignidad de las víctimas, hayan tenido vocación de reconciliar a los españoles. De aquel enfrentamiento fratricida que se prolonga a lo largo de la historia.
Rasgarse las vestiduras porque Arnaldo Otegui esté en las litas para ser elegido lendakari, y se inicie un proceso de esta envergadura para evitarlo, me parece un despropósito judicial y una politización de la teórica defensa de la dignidad de las víctimas de toda violencia. Aunque para los partidarios de lapidar a Otegui, las víctimas pertenecen de los suyos, de aquellos que consensuaron la Santa Transición después de la dictadura.
 

Por este motivo me siento un ciudadano español y respetuoso con todas las victimas de toda índole. Libre de opinar sobre la política errática del Gobierno sobre la discriminación de las victimas según sean de antes o después de la nefasta Transición. Mis antepasados víctimas asesinados por los franquistas, una vez acabada la guerra, reclaman la misma dignidad que la dignidad de todas las víctimas de ETA, de  los GAL, y del resto más arriba mencionados.
Las leyes se han hecho para cumplirlas, reformarlas o suprimirlas, según sirvan para ayudar y reinsertar al ciudadano. Y las sentencias judiciales sirven para cumplirlas y adaptarlas mediante indultos adecuados huyendo de la venganza, el linchamiento o el favoritismo.
El Partido Popular nos tiene acostumbrados a desviar sus obligaciones y responsabilidades políticas hacia los tribunales de justicia. Debería hacer hincapié en reivindicar con el mismo ahínco, dignidad para todas las víctimas de la dictadura franquista, de las víctimas del terrorismo de todo signo, de los GAL (Terrorismo de Estado), de la violencia de género, de los desahucios, del acoso escolar y del acoso laboral.

 

El Régimen del 78 practica un permanente ejercicio de hipocresía, polarizando la dignidad humana únicamente hacia las víctimas de ETA. Mientras el escarnio es permanente para todos los familiares de las víctimas del franquismo. Lejos de honrar la memoria histórica se burlan y se jactan de la amnesia nacional.
Al PP no le interesa pasar página sobre el terrorismo. Siempre le ha resultado muy rentable. Ahora quieren que la banda se disuelva. Cómo se puede disolver algo que legalmente no existe. Bueno, pues que los etarras se borren de esa lista terrorífica y después públicamente la quemen. Que dejen de ser colegas y pidan perdón por sus crímenes. Postrados en una plaza pública ante la presencia de sus conciudadanos. Es decir, escribir el fin de ETA contado por los de siempre, los vencedores. Es un plan de desarme diferente a los que nos han precedido en Europa y allende los mares. Porque también es diferente lo que España ha hecho con el genocidio franquista, es decir, provocar la impunidad más asquerosa. Impensable compararlo con lo que ha sucedido en Alemania con el nazismo y con el fascismo en Italia. El enfrentamiento fratricida aún no ha logrado su reconciliación. Pero tampoco hay voluntad de que suceda.






EXALTACIÓN DE LA VICTORIA DE FRANCO EL 1º DE ABRILDE 1939

Año 2017























El franquismo no entrega las armas


Por David Torres
La derrota de ETA quedó evidenciada en uno de los penúltimos y más chuscos episodios de la banda terrorista, cuando la policía capturó a dos de sus alevines terminales, Jon Rosales y Adur Aristegi, gracias a unas fotos que ambos habían colgado en facebook vistiendo la camiseta de la selección española. ETA había pasado de la política al fútbol; ya no era una marcha fúnebre sino un sainete; ya no daba miedo sino risa. Ambos sentimientos, sin embargo, siempre han estado fundidos en el imaginario de la banda y en la psique de las víctimas, quizá porque el humor también es una línea de defensa contra el terror. El look de nazareno con la boina atornillada a presión ofrecía un doble rostro, ridículo y aterrador a la vez, el mismo espanto postizo que proporcionaba a Hitler, a Franco, a Videla y a Pinochet el aspecto de cómicos de cine mudo.
De ahí que en la ceremonia de la entrega de armas en Bayona haya sonado, en medio de la solemnidad de la ocasión, un chirriante sonsonete de farsa. ETA se ha desarmado pero no del todo; todavía faltan muchas pistolas disparadas y por disparar para cuadrar las cuentas. También faltan por resolver muchos temas pendientes por el otro lado, empezando por la situación de los presos etarras. Aun así, con todos esos retales y agujeros colgando, está claro que el certificado de defunción de la banda, que no ha cometido un solo atentado en más de cinco años, ha alcanzado el rigor mortis. Por fin, después de décadas de terror, de tiros en la nuca y coches volados por los aires, ETA ya no merece más literatura que el obituario.
Sin embargo, por esa extraña manía que tiene la realidad de presentar espejos, el anuncio de la rendición de ETA llega una semana después de la condena a una tuitera por mofarse (“humillación a las víctimas” rezaba específicamente la sentencia) del magnicidio más sonado de ETA: el atentado de Carrero Blanco. Aquel coche que salió volando en la calle Claudio Coello dio pie a centenares de bromas y chistes, algunos de ellos por autores tan ilustres y tan poco sospechosos de simpatías abertzales como Tip y Coll o Juan Luis Cebrián. Con decenios de retraso, la fiscalía y la Audiencia Nacional se cebaron, en cambio, con una pobre chica sin muchas luces y con nulo sentido del humor, mientras que los supuestos autores del atentado -el llamado comando Txikia- jamás fueron juzgados por la muerte de Carrero, de su chófer y su escolta, ya que se beneficiaron de la amnistía concedida en 1977.
Para exarcebar la simetría, está la acongojante certidumbre de que, mientras ETA termina de caer como una fruta pocha, el franquismo sigue floreciendo en homenajes, mítines, comunicados, túmulos funerarios y abyectas fundaciones subvencionadas por el estado español. El general Franco, el mayor asesino de nuestra historia, sigue siendo celebrado en ciertos medios, radios, periódicos y televisiones, como un mal menor, un salvapatrias o un cruzado del catolicismo contra las hordas rojas. Durante cuatro décadas practicó el terror a campo libre y a tiempo completo; durante otras cuatro sus herederos ideológicos siguen aprovechando las sobras del banquete, los tristes regüeldos de la impunidad y la cacicada. Ninguna asociación de víctimas podrá reclamar por las docenas de miles de familiares que se siguen pudriendo en las cunetas; ninguna de las mujeres que fue violada en los sótanos, ninguno de los presos que fue torturado en las inmundas comisarías del régimen puede exigir justicia. Los muertos fueron bastante más de ochocientos, los desplazados bastante más de medio millón, los secuestrados casi todos nosotros. Discúlpenme este inoportuno rapto de demagogia.


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